Las instituciones y las empresas no son obras individuales o personales al 100%, ni obra de un ser extraordinario al que llamen "emprendedor", "self-made man" o con otro nombre de los que nos recetan en este mundo tan enfilado hacia una visión gerencial de la vida. A lo más, los emprendedores, los empresarios y otros promotores de su propio desarrollo patrimonial pueden generar ideas y acumular medios de producción y otros activos, para lo cual requieren del apoyo de otros.
Desde siempre, las instituciones y las empresas han necesitado la concurrencia de la sociedad para poder salir adelante, sea a través de los clientes o usuarios que adquieren o reciben sus productos o servicios, de los creadores o innovadores interesados en mejorar lo que ofrecen, o a través de otros inversionistas deseosos de aumentar sus propias ganancias sin temer al riesgo y confiando en las promesas que les hacen.
Esas instituciones o empresas no podrían hacer lo que se proponen sin esa concurrencia social, de manera que acuden a una práctica que consiste en pasar parte de los costos y el esfuerzo de la producción, distribución y venta directamente a sus clientes y usuarios. Así, un ejemplo muy a la mano son las estaciones de gasolina en México, donde los vendedores no tienen un sueldo y dependen de las propinas de los compradores del producto, además de que las gasolineras les obligan a ofrecer y convencer a esos clientes de aceptar comprar otros productos para el automóvil. De esta forma, el sistema de propinas se convierte en el modo de ingreso de los trabajadores de las gasolineras, a la vez que es una ahorro para los empleadores, que de esta forma reducen a casi nada los gastos de gestión de recursos humanos, obtienen personas que les reditúan ingresos y se ahorran el tener que pagar prestaciones.
Con algunas modificaciones, el sistema de propinas es utilizado de modo compensatorio en muchísimas instituciones y empresas que no pagan o que dan chiqui-salarios a sus empleados: Restaurantes, hoteles, supermercados, iglesias, autobuses, y hasta en instituciones públicas donde se debe dar un regalito al burócrata -a modo de propina- para que haga su trabajo.
El sistema de cuotas es otra forma de externalizar los costos de las instituciones y las empresas. De esta manera, el funcionamiento mismo de un servicio o la generación de un producto pueden depender de la entrada de cuotas que se impongan a los clientes o usuarios. A modo de ejemplo, en estos momentos vemos en la televisión que el Partido Verde Ecologista denuncia que se suprima la obligación de pagar cuotas en las escuelas públicas. Sin embargo, ese mismo partido no sugiere cómo se resolverían los problemas que se atienden con el sistema de cuotas en esas escuelas. Por supuesto que de inmediato podríamos pensar que eso es responsabilidad del gobierno, aunque el punto es que nunca ha dejado de ser responsabilidad de nuestro gobierno, no obstante que el mismo no ha sido ni es capaz de resolver esta situación, sino que más bien provoca que haya las cuotas como solución a su propia incompetencia.
El sistema de colaboración económica, el intermediarismo y otras manifestaciones de la externalización son cosa común y cotidiana en el mundo en que vivimos. Así, recientemente denunciamos en este sitio el modo de proceder de la empresa Gas Natural Fenosa, misma que carga los gastos de renovar sus equipos medidores a las familias. Pero no se piense que esta es la excepción, pues la Comisión Federal de Electricidad y el mismo Sistema de Aguas hacen lo mismo.
Agreguemos que multitud de gestiones, de reproducciones de documentos y de traslados los tienen que realizar los mismos clientes o usuarios, y deben hacer esto al tiempo de que realizan pagos por servicios que podríamos suponer que les deben ahorrar el hacer estos trámites. Pero así es la cosa... y los mexicanos hemos sido educados para esto por la escuela, los medios, las familias, nuestras amistades, los lugares donde trabajamos... Es la atmósfera toda que nos rodea.
La externalización es algo necesario, no lo negamos, y es parte del pacto que la sociedad realiza con las instituciones y las empresas para que puedan funcionar. Pero algo malo debe estar ocurriendo cuando el Instituto Federal Electoral enfatiza en sus comunicaciones que los funcionarios de casilla para las próximas elecciones tendrán el honor de ser elegidos, en lugar de enfocarlo como un deber ciudadano. Algo todavía peor ocurre cuando estamos en vísperas de la desaparición del pago del impuesto a la tenencia para los automóviles -que surgió como una forma de absorber los gastos para realizar un evento deportivo mundial en México- y en todo el país los gobiernos ya perfilan otras formas de pago para obligar a la ciudadanía a soportar gastos de todo calibre.
El acabose está ocurriendo ahora en el estado de Coahuila, donde el anterior gobernador no ha podido comprobar erogaciones millonarias que se hicieron durante su gestión, y el actual gobernador -quien es hermano del anterior gobernante- llegó al puesto aumentando impuestos e imponiendo una política de austeridad a la población, que así deberá pagar los errores de su pariente. Esta es otra forma de externalizar los gastos de la incompetencia, que los mexicanos ya habíamos probado antes con el FOBAPROA.
La externalización debería ser justa, pero en el país de la impunidad y la corrupción eso es pedir al cielo algo demasiado grande, casi un milagro que la visita de un Papa nunca nos va a dar, aunque haya acudido hace poco a las santísimas tierras del Bajío y su presencia ya nos esté bañando con los sanos efluvios del pensamiento más retrógrado.
La cuerda se sigue estirando y la población sigue aguantando ante las formas de externalización más despiadadas y no siempre sutiles, que en el fondo ocultan grandes injusticias a veces legalizadas, pero no por ello menos injustas.
¿Hasta cuándo se acabará esta fiesta en que vivimos los mexicanos?
Esas instituciones o empresas no podrían hacer lo que se proponen sin esa concurrencia social, de manera que acuden a una práctica que consiste en pasar parte de los costos y el esfuerzo de la producción, distribución y venta directamente a sus clientes y usuarios. Así, un ejemplo muy a la mano son las estaciones de gasolina en México, donde los vendedores no tienen un sueldo y dependen de las propinas de los compradores del producto, además de que las gasolineras les obligan a ofrecer y convencer a esos clientes de aceptar comprar otros productos para el automóvil. De esta forma, el sistema de propinas se convierte en el modo de ingreso de los trabajadores de las gasolineras, a la vez que es una ahorro para los empleadores, que de esta forma reducen a casi nada los gastos de gestión de recursos humanos, obtienen personas que les reditúan ingresos y se ahorran el tener que pagar prestaciones.
Con algunas modificaciones, el sistema de propinas es utilizado de modo compensatorio en muchísimas instituciones y empresas que no pagan o que dan chiqui-salarios a sus empleados: Restaurantes, hoteles, supermercados, iglesias, autobuses, y hasta en instituciones públicas donde se debe dar un regalito al burócrata -a modo de propina- para que haga su trabajo.
El sistema de cuotas es otra forma de externalizar los costos de las instituciones y las empresas. De esta manera, el funcionamiento mismo de un servicio o la generación de un producto pueden depender de la entrada de cuotas que se impongan a los clientes o usuarios. A modo de ejemplo, en estos momentos vemos en la televisión que el Partido Verde Ecologista denuncia que se suprima la obligación de pagar cuotas en las escuelas públicas. Sin embargo, ese mismo partido no sugiere cómo se resolverían los problemas que se atienden con el sistema de cuotas en esas escuelas. Por supuesto que de inmediato podríamos pensar que eso es responsabilidad del gobierno, aunque el punto es que nunca ha dejado de ser responsabilidad de nuestro gobierno, no obstante que el mismo no ha sido ni es capaz de resolver esta situación, sino que más bien provoca que haya las cuotas como solución a su propia incompetencia.
El sistema de colaboración económica, el intermediarismo y otras manifestaciones de la externalización son cosa común y cotidiana en el mundo en que vivimos. Así, recientemente denunciamos en este sitio el modo de proceder de la empresa Gas Natural Fenosa, misma que carga los gastos de renovar sus equipos medidores a las familias. Pero no se piense que esta es la excepción, pues la Comisión Federal de Electricidad y el mismo Sistema de Aguas hacen lo mismo.
Agreguemos que multitud de gestiones, de reproducciones de documentos y de traslados los tienen que realizar los mismos clientes o usuarios, y deben hacer esto al tiempo de que realizan pagos por servicios que podríamos suponer que les deben ahorrar el hacer estos trámites. Pero así es la cosa... y los mexicanos hemos sido educados para esto por la escuela, los medios, las familias, nuestras amistades, los lugares donde trabajamos... Es la atmósfera toda que nos rodea.
La externalización es algo necesario, no lo negamos, y es parte del pacto que la sociedad realiza con las instituciones y las empresas para que puedan funcionar. Pero algo malo debe estar ocurriendo cuando el Instituto Federal Electoral enfatiza en sus comunicaciones que los funcionarios de casilla para las próximas elecciones tendrán el honor de ser elegidos, en lugar de enfocarlo como un deber ciudadano. Algo todavía peor ocurre cuando estamos en vísperas de la desaparición del pago del impuesto a la tenencia para los automóviles -que surgió como una forma de absorber los gastos para realizar un evento deportivo mundial en México- y en todo el país los gobiernos ya perfilan otras formas de pago para obligar a la ciudadanía a soportar gastos de todo calibre.
El acabose está ocurriendo ahora en el estado de Coahuila, donde el anterior gobernador no ha podido comprobar erogaciones millonarias que se hicieron durante su gestión, y el actual gobernador -quien es hermano del anterior gobernante- llegó al puesto aumentando impuestos e imponiendo una política de austeridad a la población, que así deberá pagar los errores de su pariente. Esta es otra forma de externalizar los gastos de la incompetencia, que los mexicanos ya habíamos probado antes con el FOBAPROA.
La externalización debería ser justa, pero en el país de la impunidad y la corrupción eso es pedir al cielo algo demasiado grande, casi un milagro que la visita de un Papa nunca nos va a dar, aunque haya acudido hace poco a las santísimas tierras del Bajío y su presencia ya nos esté bañando con los sanos efluvios del pensamiento más retrógrado.
La cuerda se sigue estirando y la población sigue aguantando ante las formas de externalización más despiadadas y no siempre sutiles, que en el fondo ocultan grandes injusticias a veces legalizadas, pero no por ello menos injustas.
¿Hasta cuándo se acabará esta fiesta en que vivimos los mexicanos?