El 11 de septiembre de 2001, cuando escuché sobre los actos terroristas que acababan de ocurrir en Estados Unidos, busqué en mi computadora el sitio del periódico El Universal, y apareció ante mis ojos una nota que decía brevemente que el Ejército Rojo japonés se hacía responsable de esos actos. Poco después, un alterado presidente Bush decía en la televisión que la inteligencia estadounidense había detectado que los responsables eran los talibanes aposentados en Afganistán, quienes operaron bajo las órdenes del rico árabe anti-yanki Osama Bin Laden.
El gobierno de Afganistán rechazó de inmediato las acusaciones de Bush, pero eso no bastó para que se ejecutara un operativo para invadir y devastar ese país, y luego mantener la presencia estadounidense, además de entregar las reservas de petróleo y el control de la economía a empresarios afines al gobierno norteamericano.
Lo más singular de toda esta historia es que la nota del periódico El Universal desapareció poco después de la acusación que hiciera Bush, y luego fue imposible encontrarla. Buscando por otros medios, pude saber que existe un Ejército Rojo en Japón, que realiza actos de sabotaje y terrorismo de diversa índole. Por supuesto, esto que escribo puede prestarse a muchas interpretaciones, desde las teorías del complot hasta querer justificar al gobierno estadounidense.
En aquellos días, también pude saber un poco de lo que se llama "control de daños", que incluye en buena medida la supervisión y censura de los flujos de la información que llega a la población. Los medios de comunicación en Estados Unidos son muy dados a hacerlo, pero no es su prerrogativa, pues en realidad todos los países lo llevan a cabo, y tenemos un ejemplo muy claro en México, donde ahora hay un control de la información que tiene que ver con todos los aspectos de la guerra que ha emprendido nuestro gobierno contra el crimen organizado y el narcotráfico.
A todos nos resulta obvio -aunque no siempre es justificable- que se requiera controlar cierta información: Por ejemplo, la información de la que depende la seguridad nacional, o la información de la vida privada de las personas. No obstante, una diferencia que podemos notar en la manera como se controla la información en México y en Estados Unidos es la planeación, pues parece que en nuestro país sólo se hacen acuerdos con los periodistas o se tapan parches en la materia, en tanto que en la nación del norte hay todo un entramado de participantes involucrados conforme un plan.
No obstante, en la situación actual de guerra en que se encuentra nuestro país resulta que el control de la información, esto es, el control de los acontecimientos, de los acuerdos del gobierno mexicano para permitir que la DEA, la CIA y otros agentes estadounidenses operen en nuestro territorio, así como el ocultamiento de la información sobre las redes de corrupción e impunidad en el gobierno, en la policía o en el propio ejército, que están siendo afectadas en México y a veces se exhiben por la hebra más flaca, muchas veces sólo resulta en confusión, suspicacia e incertidumbre, por lo que más que un control de daños, parece que se está generando más daño en la población al pretender mantenerla ajena a lo que está a ojos vistas.
No faltan quienes señalan que la manipulación de las percepciones sobre la espiral de violencia en México es una estrategia electoral. Tampoco quienes aseguran que el "problema de la violencia" sólo atañe a los estados fronterizos del norte de México, y que el sur no tiene que ver. Están también los que responsabilizan por incompetencia y por hacer mal la estrategia al gobierno, la policía y el ejército mexicanos. Pero es de notar que todas estas opiniones se basan en la desinformación que resulta del pretendido control de daños que se realiza en nuestro país.
¿Hasta cuándo seguirán pensando nuestro gobierno y nuestras élites que somos personas que aún no alcanzamos la ciudadanía, y que no merecemos su respeto a nuestro derecho a estar informados?
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